José Ruiz Quesada
La pasión desenfrenada que Jesús despierta entre el pueblo, es más grande que las arenas del desierto. Sus devotos hermanos están orgullosos de pertenecer a la más antigua cofradía que procesiona en la ciudad y de ostentar el ancestral título de “Hermano de Jesús”.
Cuando aparece el Divino semblante de Jesús entre el intradós de la Consolada en la madrugada morada, el tiempo se detiene y los corazones se paralizan por un instante. Las mejillas son meandros de lágrimas que brotan de los ojos enrojecidos del sentimiento. Solo el ruido del aleteo de los vencejos y el piar de los gorriones se oyen en la vetusta Plaza de Santa María cuando sale el Nazareno. El pueblo allí congregado llora en silencios rotos por la congoja del momento. Instante sublime en la mañana del Viernes Santo... Paradigma cumbre en la Semana Santa ubetense.
Cuatro siglos han pasado y todo sigue igual. El devoto sentimiento es el mismo. La pasión de todo un pueblo por Jesús es la misma después de más de cuatrocientos años. Desde el balcón de la eternidad, allí donde las almas se concentran alrededor del Padre, miran la salida de Jesús. Una simbiosis de sentimientos se entremezclan entre los acordes del enigmático y rancio Miserere del maestro don Victoriano, mientras los efluvios de incienso y azahar se elevan hacia el infinito y limpian el rostro de Jesús, Señor de las Aguas...
¡Silencio!, ¡silencio!, que está pasando Jesús Nazareno... En la lejanía una plegaria se escucha...
¡Oh!, Jesús, Divino rostro
que esculpiese Jacinto Higueras,
cuánta pasión y sentimiento despiertas,
entre tus hermanos y devotos.
Quisiera llevar el peso
de esa Cruz traicionera,
para liberar de cadenas
mis faltas y perdones rotos.
¡Oh!, Jesús, Divino rostro
unidos con nuestra pena.
A liberarte de tu juramento,
estaremos en la Macarena.
Miserere de silencio roto,
suena en la plaza llena.
Llantos, ruegos y lamentos,
rompen la calma nazarena.
La pasión desenfrenada que Jesús despierta entre el pueblo, es más grande que las arenas del desierto. Sus devotos hermanos están orgullosos de pertenecer a la más antigua cofradía que procesiona en la ciudad y de ostentar el ancestral título de “Hermano de Jesús”.
Cuando aparece el Divino semblante de Jesús entre el intradós de la Consolada en la madrugada morada, el tiempo se detiene y los corazones se paralizan por un instante. Las mejillas son meandros de lágrimas que brotan de los ojos enrojecidos del sentimiento. Solo el ruido del aleteo de los vencejos y el piar de los gorriones se oyen en la vetusta Plaza de Santa María cuando sale el Nazareno. El pueblo allí congregado llora en silencios rotos por la congoja del momento. Instante sublime en la mañana del Viernes Santo... Paradigma cumbre en la Semana Santa ubetense.
Cuatro siglos han pasado y todo sigue igual. El devoto sentimiento es el mismo. La pasión de todo un pueblo por Jesús es la misma después de más de cuatrocientos años. Desde el balcón de la eternidad, allí donde las almas se concentran alrededor del Padre, miran la salida de Jesús. Una simbiosis de sentimientos se entremezclan entre los acordes del enigmático y rancio Miserere del maestro don Victoriano, mientras los efluvios de incienso y azahar se elevan hacia el infinito y limpian el rostro de Jesús, Señor de las Aguas...
¡Silencio!, ¡silencio!, que está pasando Jesús Nazareno... En la lejanía una plegaria se escucha...
¡Oh!, Jesús, Divino rostro
que esculpiese Jacinto Higueras,
cuánta pasión y sentimiento despiertas,
entre tus hermanos y devotos.
Quisiera llevar el peso
de esa Cruz traicionera,
para liberar de cadenas
mis faltas y perdones rotos.
¡Oh!, Jesús, Divino rostro
unidos con nuestra pena.
A liberarte de tu juramento,
estaremos en la Macarena.
Miserere de silencio roto,
suena en la plaza llena.
Llantos, ruegos y lamentos,
rompen la calma nazarena.
Gracias amigo Antonio por pasar.., un abrazo.
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